Apocalipsis


Caminando por andar, viendo por mirar, continuando por seguir... En un momento todo llegó a parecer real sin ser cierto del todo. Una ruina. La ciudad se presentaba engalanada, esperando una situación especial, preparada para un momento álgido. Las gentes, apresuradas, acaparaban más de lo que podían para acabar, en la mayor parte de los casos, no dando una a derechas. A tontas y a locas, a derechas o a siniestras, nadie parecía preparado para nada. Tal era la magnitud del asunto que en aquel día el sol no se atrevió a asomar por el horizonte en ningún momento de la jornada. Se escuchaba murmullo desde las alejadas laderas, timbales embriagaban los sentidos de los transeúntes y las luces de neón inundaban la totalidad del campo visual de todo ser viviente. El miedo ahondó en la psique humana hasta sentir que no palpitaba en el lugar nada más que el miedo, la podredumbre y la sinrazón. Ya estaba más que claro que no había nada que celebrar. Cualquier lugar parecía bueno para el refugio, cualquier situación era mejor que la actual, cualquier miedo de antaño fue inferior, cualquier motivo carecía de valor comparado con el escenario pleno de incertidumbre que reinaba en la ciudad. Por un instante, el segundero abandonó irremediablemente el diapasón de su plana melodía hasta terminar parando el tiempo a escala universal. Justo en ese preciso momento, al percibir la extraña situación, traté de comprobar si mi sensación era verídica o tan solo virtual. Cuando logré comprobar que mi nivel de consciencia era el adecuado me dispuse a tactar con mi mano un objeto no identificado que se encontraba en mi aspiración, a escasos centímetros de mi titubeante presencia...