Una Realidad De Mentira

El otro día armaba mis recuerdos con las herramientas del alma. Sobre la mesa, un almirez, un mortero, un azadón y un rastrillo, todos de bolsillo. Cuando echaba la mirada atrás más me arrepentía; sin embargo, dada la tremenda lucidez del momento de inspiración, más disfrutaba con la efervescencia del momento, con la elocuencia de la situación, con lo intrínseco, en definitiva, del panorama dominante en aquel viejo cuarto de una vetusta casa de un aún más antiquísimo inmueble. Afuera el frío arredraba a los incautos que se aventuraban en sus luchas diarias, castigaba los espacios desnudos de la piel y maltrataba a los mártires del asfalto, aquellos que no tenían más remedio que perpetuarse en el escenario urbano. Entre aquellas cuatro paredes no se estaba mucho mejor de no ser por la pira formada de manera asilvestrada con riesgo de prender con sus ascuas cualquier alfombra reseca y formar un tremendo incendio, pero allí también, para no perder la costumbre, tampoco nunca pasaba nada. En un pasaje de descanso mental, decidí buscar algo de color a través de la ventana. Camuflado y vestido de centurión con la cortina como aliada y fiel compañera, fijé mi vista en una mujer que, de forma dubitativa, hacía compañía a la marquesina donde se aguarda la llegada del Circular. Mi sorpresa, como no podía ser de otra forma, llegó cuando después de un tramo de tiempo considerable el autobús hizo acto de presencia. No era motivo de sorpresa que aquella camioneta arribase, que también por lo descabalado de su horario destartalado, sino porque aquella mujer siguió allí después de su paso…