Un día se dedicó a desvariar, a destrozar, a perder el mundo de vista. Es probable que fuese consciente de la situación; sin embargo, no podía controlarlo. El caso es que aquello era divertido: el frenesí endógeno que le poseía imprimía a sus actos una inyección de adrenalina que le hacía flotar en una nueva dimensión. Inmune, libre, feliz, autentico… quería gritar y presumir, reír y vivir, recordar y olvidar, llorar y hasta morir. Es probable que aquello durase mucho tiempo, aunque también es posible que fuese corto. Difícil dictaminarlo. Quiso sentirse más alto, más veloz, más listo, distinto, incluso humano. Intuía lo que pasaba, lo tenía en cuenta, pero pensaba que otra vida invadía su existencia con confort, energía y un plus de desconocida alegría. Más traumático fue sentir como el karma se le empezó a escapar paulatinamente de su organismo, como la gloria resbalaba entre sus dedos, como el final y la vuelta al caos poserótico se haría con él durante las próximas jornadas. Sabe Dios cuántas cosas perdió por la ventana, cuántas arrojo a la papelera, cuantas ideas pasarían sin bajarse en su estación, cuántos amigos dejaron de serlo desde ese pasaje.
¿Un compuesto vitamínico?, ¿una noche de sueño plena?, ¿una buena noticia?... Barajó todas las opciones que podían motivar su estado intentando encontrar una respuesta, pero no llegó a tenerlo claro del todo. Demasiado positivo, los efectos de los brebajes y de las sustancias psicotrópicas no le dejaban ver el camino…






