Algo Pasa En Brno


Un día se dedicó a desvariar, a destrozar, a perder el mundo de vista. Es probable que fuese consciente de la situación; sin embargo, no podía controlarlo. El caso es que aquello era divertido: el frenesí endógeno que le poseía imprimía a sus actos una inyección de adrenalina que le hacía flotar en una nueva dimensión. Inmune, libre, feliz, autentico… quería gritar y presumir, reír y vivir, recordar y olvidar, llorar y hasta morir. Es probable que aquello durase mucho tiempo, aunque también es posible que fuese corto. Difícil dictaminarlo. Quiso sentirse más alto, más veloz, más listo, distinto, incluso humano. Intuía lo que pasaba, lo tenía en cuenta, pero pensaba que otra vida invadía su existencia con confort, energía y un plus de desconocida alegría. Más traumático fue sentir como el karma se le empezó a escapar paulatinamente de su organismo, como la gloria resbalaba entre sus dedos, como el final y la vuelta al caos poserótico se haría con él durante las próximas jornadas. Sabe Dios cuántas cosas perdió por la ventana, cuántas arrojo a la papelera, cuantas ideas pasarían sin bajarse en su estación, cuántos amigos dejaron de serlo desde ese pasaje. 

¿Un compuesto vitamínico?, ¿una noche de sueño plena?, ¿una buena noticia?... Barajó todas las opciones que podían motivar su estado intentando encontrar una respuesta, pero no llegó a tenerlo claro del todo. Demasiado positivo, los efectos de los brebajes y de las sustancias psicotrópicas no le dejaban ver el camino…

Postcards From Newark


Una parte suya había estado antes allí. Como un perenne déjà vu, cada paso por dar le recordaba una traición constante a la memoria, a un oasis de sensaciones que quizás jamás podría ver y ni mucho menos tocar. Se suele magnificar lo opuesto, lo distante, lo que no se puede tener, lo que en definitiva no se puede ni se debe poseer. Esto es algo que en principio puede considerarse como solemne hasta que acaba por convertirse realmente en lo que es: una entelequia, una epifanía descabalgada, tal vez una letanía absurda sin motivo ni valor. Pero cuando de verdad comienzas a desear lo inalcanzable todo termina por cambiar, lo incierto tiene sentido y las ganas de vivir pueden con la desidia para insuflar esas dosis de bonhomía y urbanidad tan elegantes como necesarias. Es verdad, es lo vulgar y lo cotidiano lo que derrota a la emoción. 

Algún día sabré qué debo hacer a las cuatro de la tarde de esos días que los demás conocen como laborables.

Cinnamon


No me gustaría sorprenderte, acaso tampoco engancharte en ningún sentido. No soy nada especial y quizás a nadie le puedas hablar de mí. ¿Sabes de esas bonitas historias de amor en las que te disfrazas con la piel del protagonista? No te recordarán a mí. ¿Y esos bellos relatos en los que la amistad prevalece y te lleva de la mano con la fidelidad y la lealtad por bandera? No me hablo con la amistad, de hecho padezco de misantropía, y la mayoría de mis iguales me rechinan profundamente. ¿Y esos pasajes tupidos de recuerdos en los que todo es confortable y con tonos pastel en cada uno de sus matices? Me siento en sillas de esparto y abogo por los tejidos oscuros a la hora de acondicionar mi closet. Puedes tener por seguro que si dices hola yo te diré adiós. Y que me enfadaré profundamente, además seré pesado, obstinado, torpe e incluso infantil. Son mis credenciales. No veo lo que los demás, no voy donde ellos y ni siquiera entiendo las modas. Sé que escribo como nadie, aunque no sea reconocido, pero lo que sí reconozco es que no me gusta leer. No soy transgresor, pero no me gustan las barreras. Estilo la ambigüedad en toda la extensión de la palabra, si está mal hacer algo a vista de los ojos de terceros tendré que analizarlo y escrutarlo por mí mismo para, seguramente, acabar adorándolo. Todo me molesta, incluso tú. Soy taimado, chungo en ocasiones, hosco, me pongo nervioso al hablar y soy siempre peor de lo que se puede esperar. Soy un hombre. Si encuentras algo en mí que te fascine haré todo lo posible para que te parezca lo que viene siendo una mierda. Me duele casi todo. Casi siempre. Vivo en la tristeza. Me encanta recrearme en la desgracia, no por ser realista, se trata más bien de seguir las pautas del auténtico miserable. Miento siempre, puedes creerte menos de la mitad de lo que digo. 

Aun así, me gustaría pedirte que te quedarás aquí. No por nada, no por algo, simplemente porque tal vez ya te cansaste de recopilar cromos repetidos. Te aseguro que este no lo tienes en tu colección.

La Yugonostalgia: memorias de un plavi


Seis repúblicas, cinco naciones, cuatro culturas, tres lenguas, dos alfabetos, un estado. 

Cuando la riqueza cultural y multirracial se convierte en un problema. 

Sin ser comunista, socialista, nacionalista ni fascista. 

Tengo un primo que es sudeslavo, mi novia es serbia, mi padre nació en Zagreb, yo en Mostar, paso las vacaciones en Dubrovnik, me encanta Liubliana y muchos de mis amigos son musulmanes. No reniego de húngaros ni de albaneses, solo creo en una historia y siempre me he regido por tres colores: los de la bandera de Yugoslavia. 

Todo está tranquilo ahora en Belgrado, aunque nunca se sabe. Tengo casi tantos años y más de la mitad de mi vida transcurrió con una guerra de fondo en la que nunca quise participar. Nací dos veces, una de verdad y la otra el mismo día que fallecí por primera vez. Ahora vivo de regalo. La naturaleza del yugoslavo no es beligerante, es diversa. No rehuimos la fricción y nos mostramos vehementes en la disputa. Aunque todos somos hermanos, tenemos tantas diferencias que parecemos cada uno de su padre y de su madre. Pero como los de Rennes y los de Marsella, como los de Madrid y Barcelona, con las mismas diferencias que tienen los neoyorkinos y los angelinos. Sin embargo, aquí hubo un conflicto para establecer muros y fronteras de la vergüenza que tratarán de lograr que olvidemos un tiempo en el que todos íbamos de la mano. 

La opinión pública suele olvidar que la guerra no termina un día en concreto. Esta se prolonga posteriormente hasta que la memoria se mantiene viva y el dolor hasta más allá de la eternidad. La miseria no solo adopta forma de pobreza, también de vergüenza, de incomprensión, de no tener ni siquiera un lugar al que poder llamar patria. 

Yugoslavia tenía todos los colores del mundo: verde por sus bosques, azul por sus costas, rojo por unos, blanco por la esperanza…. y también negro por un futuro incierto. Podgorica, Split, Sarajevo, Skopje o Pristina: en todas las ciudades continua la esencia yugoslava, con el corazón a flor de piel, con la entonación al unísono, con el recuerdo de una historia que sigue viva a pesar del tiempo transcurrido. 

A mí me gustaría creer que nadie quiere desangrarse de esta forma, que hay que ser muy tonto para desearlo, que los nacionalismos generan odio y que, en definitiva, juntos somos más. Por eso, y aunque me llamen loco, creo en aquella Yugoslavia que era un país relevante en la vieja Europa, tan dinámica y bella como cualquiera de sus intactos amaneceres, con su intensidad y su temperamento, también con sus diferencias y sus defectos, pero con una esencia histórica que no se empaña por mucho que algunos se empeñen. Y no es un juego de palabras. Porque en los Balcanes los juegos a veces terminan mal. 

Soy el yugoslavo, aquel señor que murió el 25 de junio de 1991 y que nació el 5 de junio de 2006 para resucitar reencarnado en el recuerdo de un tiempo en el que la unión perdió la fuerza. Hoy la esperanza sigue en pie.

Maybe Úbeda


A veces tengo sueño por la tarde. No pasa siempre, solo en ocasiones. La sensación de que pierdes el tiempo es horrible, pero es el único momento en el que te sientes cómodo, ausente, al margen de todo lo conocido. No puedes comprar un billete para visitar ese lugar cuando quieras, pero cuando llega por sorpresa siempre estás preparado para disfrutarlo. 

Esto no fue siempre así, durante un corto pasaje de tiempo podía llegar a un pórtico suspendido en el cielo en el que podía reservar pasaje para llegar a ese punto de confort. Nunca tenía que hacer cola, jamás tuve que esperar: llegaba, me daban un plano para perderme y solo me marchaba cuando me echaban. Allí siempre iba de la mano de mamá y ella me dejaba jugar todo el tiempo por aquel increíble recorrido de diversiones, atracciones y recreo. No puedo decir lo que duró ni cuánto tuvo de realidad, solo sé que en ese momento sí pude sentir que era yo, con todo lo oscuro y lo alegre que soy, con mi alma defectuosa, con mis virtudes intactas, con mi desequilibrio, mi talento, mi podredumbre, mi pujanza, mi tristeza y mi valor por partes iguales. Como niño que era nunca pude mentir y eso solo pasó dos veces en mi vida: la primera y la última. Mamá sabía de todo, con ella nunca hubo aburrimiento. Hablaba de cualquier cosa y siempre tenía una respuesta para mis preguntas ya fuesen disparatadas, egoístas o simplemente absurdas. Solo me di cuenta después de las veces que me equivoqué, pero la luz no me dejaba ver el camino. 

Ahora esos instantes de sueño vespertino solo pasan muy de tarde en tarde. Además, esos momentos ya no tienen tintes épicos. Resultan carentes de emoción y son ficticios de todo punto. Mamá ya no está y aunque la llamé en repetidas ocasiones jamás volvió. Entonces ahora me siento perdido y alejado de mi realidad, culpable por abandonar mis obligaciones, sintiendo que, efectivamente, nada merece la pena ya. 

El jardín onírico de flores multicolores y aromas imposibles se amparaba en un lugar al borde de mi memoria, conocido a ratos, desconocido casi siempre, al sur de mi deriva, a la brisa de mi antojo, al relente de mi obsesión, justo al lado de Úbeda. Quizá.

La Santa Cruz


Desde su puesto de vigía domina los cuatro puntos cardinales de la ciudad. La ciudad, una pequeña localidad entroncada en el siglo XV con un encanto natural, romántica y afortunadamente al margen del comercio global y de la sofisticación de la que hacen gala las grandes urbes. Hoy sigue siendo uno de los asentamientos más antiguos del planeta, con historia para dar y contar, con aroma a mar por los cuatro costados, con visitantes de todas las partes del mundo que acuden a disfrutar del milagro de la naturaleza en una tierra que goza de la inspiración divina del Creador y que destila sur a borbotones. A diario observa como los bañistas acuden a las playas que rodean el perímetro de la ciudad, alegres, ansiosos por refrescarse ante las altas temperaturas que azotan la comarca sobre todo durante el periodo estival. A menudo se siente tentada de acompañarlos, pero no tendría manera de seguir sus pasos, los pies le pesan siempre demasiado y a duras penas acompasarían una coordinación adecuada para avanzar. A veces se pregunta cómo se sentiría estando sumergida en el agua, aunque aún tenía un vago recuerdo, una pesadilla, sobre qué se podría sentir en esa situación. Pero los demás parecen pasarlo bien, desean repetir por enésima vez y no hay, o al menos eso parece, peligro por estar en remojo durante horas. El sol brilla de una forma especial y nunca molesta por mucho que abrase, es el único que no se deja tapar por las nubes mientras blanquea la luz hasta el extremo transformando el cielo en un lienzo donde las aves trazan pinceladas de inconmensurable belleza. Aquí se escuchan a diario las chanzas, las risas y la algarabía de la gente que vive en paz, que disfruta de una obra de arte hecha ciudad, de la banda sonora de una producción sin guiones que cuenta, sin tapujos, lo que es la felicidad y la alegría de estar en Cádiz.

Aldeacentenera, Cistierna, Cocentaina, Guarromán, Somiedo, Villa Padierna y otros lugares entrañables de la geografía española


Decía el Julián, el algarrobo del pueblo, que por San Blas veríamos a no sé qué ave volar. También decía algo de San Antón, incluso de San Mateo, pero de esos sí que no me acuerdo. Pero así era el Julián, un tipo de campo, con millones de atardeceres, con otros tantos de amaneceres y con no sé cuántos santos que, según se alineasen, auguraban una condición meteorológica o una premonición en las siembras. Siempre estaba rodeado de seres, ya fuesen los chiquillos de la plaza, los jubilados de la peña o las ovejas del Matías. Muchos pensaban que era medio retrasado, pero nadie rehuía su compañía. Con cosas de diablos viejos y nogales solía excusarse ante tantas situaciones, se había convertido, sin lugar a dudas, en un refranero andante con una memoria privilegiada. El Julián iba siempre de uniforme, con su boina pelo de jumento, bufanda a cuadros de longitud indeterminada, mono azul como para ponerse a laburar en cualquier momento y mondadientes a media asta. Esta era una instantánea que realmente venía repitiéndose sin falta desde hacía ya más de 50 años, motivo por el que los lugareños dudaban si el Julián había sido joven alguna vez…