Cuando el sonido del llanto me despierta por la noche levito sobre la estela del dolor y de la incertidumbre.
Entonces llueve ácido, el suelo se convierte en desidia y de las fuentes brotan riadas de sangre.
Ahí, justo donde ni pensé llegar, me encuentro inmerso sin saber que tal vez no haya puerta que me deje en aquel dolor tan amplio que ahora me parece como bálsamo para las heridas.
Pero el sueño tiene ventanas que me liberan de mi condena dejándome amparado en esa baja existencia tan eterna como plena de soledad en la que el único objetivo es encontrar la muerte como elixir ante este castigo de tamaña insolencia.
