Cuando quiero y no puedo visito el lugar más oscuro de mi memoria, aquel que permanece abandonado, ese mismo que nadie conoce y que provoca rechazo hasta en las pesadillas de los pacientes delirantes.
Allí me encuentro un vacío profundo de sombras inverosímiles, de ideas cuestionables, de estridencias tristes como el sol en una tarde de otoño por el centro de Londres.
Allí el tiempo permanece quieto, sin futuro, solo con un presente que desenmaraña una realidad de mentira constituida por retales y desgarros de una existencia vana plagada de errores y carente de ilusiones que me convierte a menudo en peregrino del camino que lleva al pozo ciego.
A veces, solo a veces, me acerco por allí. No porque quiera, sino porque mis pasos me dirigen a la desidia. Poco a poco consigo salir cuando me canso de la podredumbre, pero no es menos cierto que cada vez me cuesta más retornar cuando visito el lado más lóbrego de mi memoria.
