
Solo recordaba que no sabía nada. Como los demás, completaba la rutina de los trayectos leyendo (las pocas), pensando (las menos), engullendo, disimulando vagidos o simplemente bostezando. Aquello no podía seguir así, el encefalograma plano empezó a gruñir y se puso en pie de guerra abriendo una contienda de una virulencia inusitada. Como la guarnición retadora era considerablemente más poderosa que su pundonor y su conciencia, dejó a un lado la bravura y la gallardía para enarbolar la bandera blanca y así no tener que acusar más bajas. Desde aquel día, la mente abrió sus fronteras, ocupó todos sus territorios y tiranizó sus movimientos con censura y radicalismo por partes iguales. Ni los fundamentalistas ni los partisanos pudieron mostrar su discordancia. A partir de aquel día, como un maniaco, se dispuso a escrutar a todo el que se sentase frente a él dejando de este modo aquello de perder un tiempo tan valioso como el que se le iba en los malditos desplazamientos diarios. El resto fue un simple evolucionar hasta un punto en el que incluso diseñó estrategias, tácticas y misiones de alto rango dignas de un escuadrón militar de élite. Tanto fue así que incluso engarzó un itinerario minucioso en el que cambiaba de posición para no perder ninguna perspectiva y así cubrir un campo de aspiración más amplio teniendo de este modo más rostros que desgranar. Ya dentro del trabajo a pie de obra alguna gente le sorprendió, muchos le hicieron reír y varios le hicieron llorar. También hubo los que daban miedo, los que ocultaban realidades y mentiras y, por supuesto, los que, como él, simplemente tenían los pensamientos en blanco. Más de una vez dejó pasar su parada para seguir analizando alguna personalidad que tenía miga. Ciertas miradas desafiantes le causaron ciertos problemas al principio, por lo que optó por ir con gafas de sol aunque fuesen las tres de la mañana. No era raro en él hacerse el invidente. Su tarea estaba libre de desidias, objetos sexuales, intereses culturales, tendencias o cualquier otro matiz, aquello simplemente se convirtió en un hábito de vida y en su única obsesión, una obsesión que, tal vez, no fuese a ningún lado, pero que, bien visto, podría reportarle incluso valor académico y repercusión literaria. La inspiración fluía en aquellos rostros: los de las Juanis, el del ejecutivo trasnochado, aquel de la señora que cogía el metro para comprar en el barrio donde vivía hace 17 años aunque estuviese a quince estaciones de distancia, el del chulazo que miraba por encima del hombro a todo quisque para disimular su falta de ego causada por la microfalosomía, el que venía de hacer una fechoría, los de aquellos que no sabían qué iban a encontrar en casa, los de las aspiraciones… Es cierto, algunas veces se abrumaba pensando en la cantidad ingente de trabajo que tenía por delante. Cuando una faz se repetía era como si pasasen anuncios, entonces había que devolver la película al videoclub o directamente reclamar. Cuántas veces pensó que se estaba volviendo loco, pero cuando una mirada le arrebataba el corazón, cuando una fugacidad le abría la intimidad de un desconocido, cuando el mar rompía olas en el vagón a través de los ojos de un adolescente o cuando simplemente unos ojos se desgarraban y dejaban rodar una lagrima tras las lentes sentía que todo merecía la pena y que, efectivamente, su lucha tenía sentido.