La creación de un libro no exige: surge, fluye como fuente y avanza como caudal si el verano no lo seca. No pide ni da de comer, esboza sonrisas y lágrimas de forma espontánea, no requiere esfuerzo físico ni quebranto mental y sí un sentido arquitectural estricto y máxima puntualidad a la hora de citar los pensamientos con el papel sin importar el momento ni el lugar.
