La lluvia se posa con mimo sobre la ciudad, emitiendo una melodía, con cuidado para no molestar, con entusiasmo y ciertas dosis de melancolía.
Cuando el maestro pasa lista y todos se encuentran en la lucha aprieta el paso y rebosa charcos, elimina presencia callejera y al sol se pierde de vista.
Entonces el tiempo pasa seguro, con tráfico lento por no decir imposible, con aire de recuerdo y con el sosiego de que la claridad sucumbe ante el ambiente oscuro.
El día transcurre bañado por el líquido elemento, con algo de premura, sí, pero con la eterna sensación de no querer que la lluvia se la lleve el viento.
Agradece la vida, sonríe la naturaleza y las almas prueban como se vence a la polución, es el momento de mojar nuestro ánimo sin necesidad de que nadie nos lo pida.
El atardecer se precipita y la noche cae a plomo sobre los reflejos que emite la urbe. Las gotas se camuflan, pero la luz artificial las delata haciendo que este hecho se repita.
Un día lloverá todo el día sin descanso evitando la pena y desplazando todo aquello que por una razón u otra no sea más que tontería.
