La composición de las calles, la estructura de las edificaciones, los detalles del paisaje, la idiosincrasia de sus gentes, la brisa marina… todo le brindaba una agradable sensación y un bello recuerdo para conservar como un tesoro. La mañana parecía distinta, las horas de transición eran aprovechables y cada atardecer era como bálsamo para su alma cansada. Todo parecía funcionar bien, de hecho, hacía mucho que todo era ya no como debe ser, sino mejor, especial, interesante, al margen de pensamientos o sensaciones impuras. Llegó con lo puesto, ávido de cariño, desnudo de esperanzas, ahogado por las malas experiencias, pero es cierto, de un tiempo a esta parte todo lo que sucedía era agradable e incluso a veces demasiado. La incomprensión y el camino errado le llevaron por un derrotero tan incierto como eterno hasta ayer, día en el que al fin pudo entender que nada importaba más que él.
Siempre se había sentido confundido por la impresión inicial del instante, se había negado a ser el protagonista de su propia historia y así hasta llegar a sentir que los personajes principales de su guion eran precisamente otros. Eso no era bueno ni malo, era simplemente su realidad. Se dio cuenta cuando una tarde, esperando la caída de la luz, departía con su amiga Marta en un banco central de la Plaza España de cualquier país. No importaba que fuese la Plaza España, tampoco de qué nación y ni siquiera que el parque estuviese bien acondicionado o que el banco fuese de un barato conglomerado que imita al abedul. Lo relevante es que el banco estuviese centrado. Esa era la clave. En el resto de la estancia jamás pasaba nada extraordinario, las vistas eran como las demás y las conversaciones banales, triviales e inservibles, empero, en el aquel banco centrado Marta pudo revelarle el arcano de la existencia en general y por ende enigmas sobre su propia transcendencia en el orbe que osaba mancillar durante eternos eones con un dudoso proceder. Quizás ella lo hizo de forma involuntaria o posiblemente fue en ese momento cuando descubrió su poderosa capacidad escrutadora y analítica, no obstante, como pueden imaginar, lo que jamás dudó es que aquel lugar se convertiría desde ese instante en su cenobio habitual para desvelar misterios ocultos para la mayoría y abiertos de par en par para su conocimiento y disfrute.
Marta un buen día marchó como pasan las personas por nuestra vida, haciendo más o menos ruido, veloz, intransigente, sin ton ni son. Al principio no se dio cuenta de su partida, de hecho ni siquiera llegó a echarla de menos, pero luego su ausencia azotó su mente hasta llegar a sufrir en intensidades altas y/o severas. Cuando el grado de dureza bajó de medio a moderado y ya no dolía el pensamiento le fue sencillo aprender lo que me dejé por añadir en la descripción anterior de cómo pasan las personas por nuestro lado: sin más valor que el presente del momento. En contra de lo que pudiesen pensar, no fue Marta la única confesora y ni tan siquiera la más importante del banco de Plaza España. Para nada. Por allí también pasaron mi Miguel, Pirri, el profesor Sarasate, Michael Jordan, una mitad de otra mitad de aquella mitad que me dejé y sobre todo una persona de la que no recuerdo nada, el joven azote que llegó desde el lugar elegido para impactar su sosiego con un descaro sobrenatural que no podía contener de ninguna de las maneras. Sí, alguien que representaba lo que no tenía, lo que él no era, sobre lo que quisiera proyectarse en cualquier situación. Fácil decirlo tal vez, difícil exponerlo, utópico llevarlo a cabo. Pero en esas estaba cuando un nuevo día llegó con sus aires alocados, gráciles y de estilo indefinible alguien que podía ser Marta o tal vez otro ser viviente o no que quizás me inventé en aquel tedio veraniego que parecía no tener fin.